El incansable paso del tiempo nos trae de regalo nuevamente la mejor época del año que es la Navidad. Es la ocasión y oportunidad de estar con las personas más importantes de nuestra vida y demostrarles lo que significan para nosotros y lo que sentimos por ellas. Es una época en la que parecen olvidarse los problemas cotidianos, el corazón se viste de fiesta y la euforia se deja sentir a raudales. Es una especie de tregua que pone fin a un año más en la vida y da comienzo a otro ciclo. Es hora de reflexionar sobre los errores, aciertos, logros y fracasos que se vivieron a lo largo de doce meses.
Pero una de las mayores dichas que nos ofrece la Navidad se relaciona con los niños. Esos pequeños seres que si bien, logran sacarnos canas de colores muchas veces, también nos dan las mayores satisfacciones. Para un chiquillo este momento del año está lleno de una magia muy especial: el arbolito de Navidad, las luces, los nacimientos, las esferas, los regalos, en fin… todo representa para ellos un mundo donde su natural fantasía y la cercanía con sus familiares los hace sentir una dicha inigualable. Basta echar un vistazo hacia nuestro propio pasado y recordar la niñez, cuando toda la familia iba a conseguir un lindo pino para adornarlo con bolas de cristal brillante; cuando se compraba el heno y el musgo y con ellos se hacían cuevas para los muñequitos de barro que adornaban el nacimiento; cuando podíamos ayudarle a mamá a rellenar el pavo y de paso podíamos hartarnos de pasitas, nueces, acitrón y demás golosinas que llevaba el guiso o cuando papá ponía música y todos nos sentábamos a escuchar y cantar villancicos.
Esta época navideña es una oportunidad para contagiarnos de la alegría de nuestros hijos y ayudarlos a construir momentos que no olvidarán por el resto de la vida. Además, para nosotros los adultos, es uno de los pocos instantes en los que el tiempo nos permite retroceder y sentir nuevamente el encanto de ser niños.
You must be logged in to post a comment Login
Para comentar debe estar registrado.