se necesitan endurecer para enfrentar los obstáculos que encontrarán a lo largo de la vida. Nada más alejado de la realidad. Endurecerse significa dejar de sentir y si algo se necesita en este mundo es poder sentir y tomar consciencia de lo que sentimos para poder alcanzar un bienestar emocional.
Justamente porque sentimos, los seres humanos estamos equipados con un sistema de alarma que nos alerta cuando estamos en peligro: el sistema límbico, conocido como cerebro emocional. Una de sus principales funciones es asegurar nuestra supervivencia, por lo que, cuando detecta una amenaza activa mecanismos de defensa para protegernos. Estos mecanismos deberían activarse de manera temporal, es decir, sólo cuando se enfrenta una amenaza; sin embargo, cuando los riesgos son constantes o demasiado intensos, estas respuestas ante el estrés pueden durar más tiempo provocando una inhibición de emociones y/o sensaciones que nos permite funcionar en ambientes hirientes.
Niños y adolescentes frecuentemente viven situaciones alarmantes y esta inhibición cada vez es más prolongada, por lo que, al parecer nuestros jóvenes ya no sienten dolor, tristeza o vergüenza, se muestran temerarios, sin pudor o indiferentes. Se están endureciendo, no fortalecidos. La verdadera fortaleza es poder tolerar sensaciones vulnerables y sobreponerse a ellas, eso es desarrollar resiliencia. Se trata de emprender un viaje emocional en donde se permitan sentir y eso requiere de mucho valor.
Ser vulnerable implica ser lo suficientemente valiente como para sentir y tolerar las emociones incómodas, en lugar de ignorarlas. Necesitamos niños y adolescentes vulnerables que puedan sentir amor, alegría, culpa, dolor, entusiasmo, miedo, remordimiento, tristeza, vergüenza… todas las emociones son necesarias para poder alcanzar un balance emocional. Para un niño o un adolescente, realizar solo este viaje emocional puede ser sumamente abrumador, necesitan de adultos que los acompañen con calidez y empatía. ¿Te imaginas a tu hijo de 13 años, solo, muriéndose de miedo en un campamento de verano extrañando a mamá y papá y no tener con quién compartirlo? Seguramente la tristeza lo rebase al grado que pasados unos días parezca haberse acostumbrado y deje de extrañar. O peor aún, ¿qué pasaría si tu hijo comparte con un amigo que extraña a mamá o que tiene miedo? Es muy probable que el amigo se burle de él o se dedique a asustarlo durante todo el verano, lo que incrementará las heridas de tu hijo y así, sus defensas emocionales lo endurecerán al grado que dejará de sentir, como resultado de defenderse en un ambiente hiriente. En cambio, si tu hijo se va a ir de campamento y puede acercarse a ti y hablar de lo emocionado que está y al mismo tiempo de lo nervioso que se siente; si lo invitas a expresar el miedo a lo desconocido y a ver la riqueza de la experiencia, será más fácil que pueda sobreponerse al temor y disfrutar su campamento.
Nuestros hijos necesitan de la calidez de vínculos con los adultos a su alrededor para que los ayuden a liberar su carga emocional, necesitan expresar sus sentimientos para poder sentirlos y tomar consciencia de ellos, al hacerlo, les será más fácil gestionar adecuadamente sus emociones. No necesitan endurecerse y actuar como si las cosas no les afectaran para funcionar en automático. Tampoco necesitan tolerar el dolor, ni cargar con la tristeza o frustración. Sentir es lo que les permitirá sobreponerse y moverse a un lugar mucho más productivo.
Cuando un adolescente puede sentir culpa o remordimiento al haber lastimado a alguien, podrá disculparse. Si un niño puede sentir su frustración y expresarla, evitará explotar con ataques violentos. Si una niña es capaz de sentir miedo, podrá moverse al cuidado.
No queremos jóvenes endurecidos, necesitamos jóvenes fortalecidos que sean capaces de sentir.
Marifer Calderón
Orientación Educativa Familiar
www.marifercalderon.com
@marifer_calderon_
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