alcanzar la madurez toma muchos años y se requieren ciertas condiciones, una de ellas es contar con un vínculo seguro y profundo con los cuidadores principales, idealmente mamá y/o papá, los adultos responsables de saciar las necesidades de dependencia del bebé.
Un vínculo seguro, hace referencia a una relación libre de heridas emocionales, en donde el niño pueda sentirse protegido, sostenido y atendido de manera incondicional. Un vínculo profundo, como lo menciona el Dr. Gordon Neufeld, implica alcanzar a una intimidad emocional y psicológica, saberse y sentirse visto y escuchado, aceptado, significativo, amado y conocido.
La manera como nos vinculamos en la infancia, puede determinar la manera como nos relacionamos de adultos, y también, la manera como educamos y criamos a nuestros hijos.
Si un niño percibe que papá y/o mamá no son capaces de saciar sus necesidades emocionales y afectivas, probablemente experimentará una sensación de alarma constante y demandará atención, esto lo lleva a desarrollar un apego ansioso, le cuesta trabajo separase de sus adultos cuidadores y muestran desconfianza ante otras personas.
También puede ser que de niño experimente rechazo, que sienta que “no da el ancho”, que no es suficiente, el no sentirse aceptado puede desarrollar un apego evitativo pues el estar cerca de sus cuidadores lo lastima y su cerebro lo mueve a una desvinculación defensiva. El niño puede mostrarse seguro y autosuficiente, pero en realidad él se está haciendo cargo de sí mismo, y esto no le ofrece tal seguridad.
Otra situación que se puede presentar es que mamá o papá, los cuidadores primarios, envíen mensajes confusos, pueden ser amorosos pero dudan, a veces responden de manera adecuada, pero otras veces no saben qué hacer y, sin querer, lo lastiman. Aquí, el apego es desorganizado por la ambivalencia que se experimenta.
No podemos minimizar la importancia de vínculo durante la infancia, pues un vínculo inseguro crea las famosas heridas de la infancia, que afectan el autoconcepto y la autoestima de niños y niñas, quienes al crecer lastimados, si no logran sanar sus heridas las reflejan en relaciones posteriores, ya sean de pareja, o incluso con sus hijos
El abandono.- Se presenta cuando el niño experimenta falta de amor y cuidado, no se siente protegido ni atendido ocasionando miedo a la soledad. De mayores pueden construir relaciones basadas en la dependencia emocional.
El rechazo.- Es sentirse no aceptado, se invalidan los pensamientos y sentimientos. El niño crece con una baja autoestima y de adulto puede sentirse poco merecedor de amor buscando con frecuencia la aceptación de otros sacrificando sus propias necesidades para satisfacer las de otros.
La traición.- Se presenta cuando el niño percibe poco compromiso de parte de sus cuidadores, éstos no cumplen lo que le prometen y pocas veces “se ponen de su lado”, lo que provoca desconfianza, celos e inseguridad.
La injusticia.- Se experimenta cuando los padres son demasiado autoritarios y no toman en cuanta los deseos ni necesidades de los hijos, y estos crecen convirtiendose en adultos rígidos.
La humillación.- Se vive frente a críticas y ridiculizaciones constantes, el sentir vergüenza hace que los niños crezcan tratando de complacer a otros.
Reconocer y comprender tus propias heridas, abre camino a tu crecimiento personal, te ayudará a construir relaciones más sanas y sobre todo, si eres mamá o papá, podrás sanar a tu niño interior para evitar que proyectes tu dolor en tus hijos, lo que les permitirá formar un apego seguro.
Sanar no es solo curar nuestras heridas, sino también tomar consciencia del efecto que nuestras cicatrices generan en los demás.
Marifer Calderón
Asesoría Parental
Facilitador de Cursos del Instituto Neufeld
www.marifercalderon.com
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