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De Todo un Poco

PAPÁ Y MAMÁ Siempre tuvieron razón

Durante aquellos remotos años de mi niñez, mamá y papá hacían todo lo que hoy condenan los psicólogos. Nunca justificaban sus acciones ante nosotros, ni nos decían “Esto me duele a mí más que a ti”. Se les presionaba para que dieran una razón de aquello que decidían, sólo se concretaban a decir “porque sí”.

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Durante aquellos remotos años de mi niñez, mamá y papá hacían todo lo que hoy condenan los psicólogos.  Nunca justificaban sus acciones ante nosotros, ni nos decían “Esto me duele a mí más que a ti”. Se les presionaba para que dieran una razón de aquello que decidían, sólo se concretaban a decir “porque sí”.

Solían hacernos menos, “Un muchacho de tu edad debería tener más sentido común”; o tratarnos fríamente, “¡Quién lo dice!”; o recordarnos los sacrificios que hacían por nosotros, “Y con esto es con lo que me pagas!”; o bien nos levantaban la voz, “¡Pues óyeme bien y ahora!”.

Hacían comparaciones con niños anónimos que pertenecían a una especie perfecta “En cambio, los hijos de fulano…” Aquellos pequeños eran limpios, comedidos, respetuosos, inteligentes, y sus padres no se avergonzaban de llevarlos a ninguna parte. “Por el contrario ustedes”, nos decían, “tienen días en que son absolutamente intolerables… como de lunes a domingo, por ejemplo”.

También nos comparaban con animales irracionales “Hasta el perro se levanta cuando entra gente de visita, incluso el gato se lava la cara antes de comer”.

Papá siempre empleaba la técnica de referirse al tiempo en que “él tenía nuestra edad”. Era poco menos que un prodigio, a juzgar por las narraciones que hacía. “¿Cuándo empezarás a portarte como un hombre?”, era su eterno regaño… aún para mi hermana.

La lucha contra nuestra actitud como individuos era parte de la pugna contra el medio ambiente. “No estás en la calle; estás en tu casa.  Aquí nos portamos como gentes decentes, no como animales”, “Nos ha avergonzado lo que hiciste”.

¿Me hacía sentir culpable? Claro que sí. ¿Me daba la sensación de haber hecho quedar mal a la familia? Por supuesto. ¿Valía la pena un dolor agudo en la parte posterior para recordarme mis obligaciones? Sí lo valía.

Obviamente que mis padres no sabían nada de psicología infantil, tal cual hoy se entiende.  Pero era evidente que sabían muy bien el funcionamiento de la mente de un niño.  A muchos años de aquel entonces, recuerdo regaños y mimos con mucho cariño y nostalgia.  Y nunca olvido sus buenos deseos en aquellos: “¡Buena suerte hijo! ¡Que todo sea para tu bien!, ¡Buena salud y que cuando seas grande tus hijos te den mucha felicidad, como tú a nosotros”.

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