Tal vez por no existir en ningún país o por no haber profesores suficientemente preparados para impartirla. Estamos convencidos de que todos lo que nos aventuramos a tener hijos, lo hacemos llevados por una enorme dotación de amor y buena voluntad, pero también por un alto grado de desconocimiento.
Basta recordar el sentimiento que embarga a toda madre primeriza una vez pasada la euforia del nacimiento del pequeño. En cuanto éste le es entregado y se ve forzado a salir con él o ella del hospital, un signo de interrogación se dibuja inmediatamente en su rostro: “¿Y ahora qué?” Afortunadamente, aunque hay una gran confusión, uno nunca se imagina la interminable cantidad de obstáculos que tendrá que ir librando en el camino: las primeras noches de insomnio, los cólicos del bebé, las primeras enfermedades, la salida de los dientes, el primer día del kínder, las tareas… en fin, la lista es interminable.
Esta es, sin duda alguna, la única carrera en la que los catedráticos no superan el metro de estatura y para colmo no saben hablar ni caminar. No obstante, se las ingenian para ser los profesores más exigentes y para transmitir los conocimientos de una forma contundente y clara. Los alumnos, por otro lado, son personas que a pesar de haber llevado cursos elevados de física cuántica y haberse doctorado, no saben cómo actuar en un sinfín de situaciones aparentemente sencillas como lograr que de un biberón salga la justa cantidad de leche, escoger la ropa adecuada para el día, lograr que la temperatura del baño no vaya a quemar al niño o bien, causarle una pulmonía.
La mejor guía para esta disciplina es el sentido común, el instinto y sobre todo el lazo inquebrantable de amor que une a maestro y alumno, Así que no hay por qué alarmarse; con paciencia, buena voluntad, pero sobre todo con amor, la mayoría podrá graduarse con toga, birrete e incluso con honores.
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