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EL VALOR DEL ERROR

El valor del “error” en esta contingencia sanitaria.
Aprender con amor a equivocarse

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Marceci Montiel Tinajero.
CEO KIDCARE México. Niñologa. Filanmádrica. Mujer. Mexicana, Mamá.
Empresaria. Emprendedora. Consultora Empresarial. Psicóloga. Terapeuta.

Lucía es una niña encantadora desde que la miras por primera vez. Le gusta que le pongan dos colitas a cada lado de su cabeza, golpear suavemente con su cabello cada uno de sus ojos y reír divertida. No le gustan las letras, ni los números, ni mirar a la pantalla cuando está su maestra.

En esta contingencia sanitaria y con cinco años en su flaco cuerpecito, siente que perdió de un momento a otro las salidas al parque, las visitas a su abuelita -que si jugaba con ella-su escuelita, sus amigas, los ratos entretenidos con sus papás -que ahora observa que trabajan todo el tiempo para comprarle cosas-.

Ella no lo sabe, pero está triste, así que se muestra enojada, caprichosa y resistente a aprender lo que se supone que ya debería de saber según la tabla indicada por la escuela y por un sistema educativo que aprecia más el resultado que el proceso de aprender de cada niño y cada niña.

Su mayor temor: equivocarse. Lucía es demasiado lista y ha calibrado y descubierto en la mirada de sus docentes, de su mamá y de su papá cuando la respuesta que dio no fue correcta, así que ha tomado la decisión de ni siquiera correr ese riesgo y ante cualquier petición dice de antemano: “No sé. ¿y si mejor jugamos?”

Porque “jugar” no tiene errores, porque jugar es un espacio seguro y contenido. -Está bien, vamos a jugar a equivocarnos: que quien más respuestas correctas tenga, pierde. Aprender tiene ese requisito: equivocarse, identificar el error, discernir, salir de ahí, crear nuevas soluciones, métodos o caminos: divertirse. Invertirnos en el conocimiento y “vertirnos” a la vida.

Este juego requiere darnos cuenta de que nadie es perfecto, que construimos nuestro futuro en borrador todo el tiempo y así nos vamos haciendo constantemente hasta el infinito.

La primera práctica de este juego para las niñas y niños como Lucía está en casa, en familia. El que debería de ser un espacio seguro, en el que no importa si nos equivocamos o todo sale mal, ya que al final, siempre habrá un abrazo, un cariño, una palabra de aliento y en el mejor de los casos una fuerte carcajada para celebrar que estamos aprendiendo.

Equivocarse es de valientes, osados y atrevidos. Nos permite construir el pilar de la perseverancia y practicar agudizar la mirada en el objetivo.

Los errores son la evidencia del trabajo constante. Las certezas sólo se forman con curiosidad, incredulidades, ensayos, errores y descubrimientos.

El valor de equivocarnos tiene que ver también con romper el miedo al ridículo, este sentimiento que es inherente al ser humano. Hasta hoy no he visto a un hipopótamo o babuino sonrojarse o esconderse por pena o vergüenza.

¿Te es posible imaginar un mundo sin errores? Entonces ¿Por qué insistimos en demandarnos constantemente perfección y además solicitar a nuestras niñas y niños que los trabajos, deberes escolares y conocimientos sean impecables desde los primeros momentos?

Abracemos amorosamente el error como parte del proceso, reconociendo que no es el resultado y así, jugando, es probable que podamos encontrar respuestas y soluciones ante cada situación y gritar felices, igual que hace Lucia cuando le preguntas cuanto es siete más cuatro: ¡Lo tengo!

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