Lucía es una niña encantadora desde que la miras por primera vez. Le gusta que le pongan dos colitas a cada lado de su cabeza, golpear suavemente con su cabello cada uno de sus ojos y reír divertida. No le gustan las letras, ni los números, ni mirar a la pantalla cuando está su maestra.
En esta contingencia sanitaria y con cinco años en su flaco cuerpecito, siente que perdió de un momento a otro las salidas al parque, las visitas a su abuelita -que si jugaba con ella-su escuelita, sus amigas, los ratos entretenidos con sus papás -que ahora observa que trabajan todo el tiempo para comprarle cosas-.
Ella no lo sabe, pero está triste, así que se muestra enojada, caprichosa y resistente a aprender lo que se supone que ya debería de saber según la tabla indicada por la escuela y por un sistema educativo que aprecia más el resultado que el proceso de aprender de cada niño y cada niña.
Su mayor temor: equivocarse. Lucía es demasiado lista y ha calibrado y descubierto en la mirada de sus docentes, de su mamá y de su papá cuando la respuesta que dio no fue correcta, así que ha tomado la decisión de ni siquiera correr ese riesgo y ante cualquier petición dice de antemano: “No sé. ¿y si mejor jugamos?”
Porque “jugar” no tiene errores, porque jugar es un espacio seguro y contenido. -Está bien, vamos a jugar a equivocarnos: que quien más respuestas correctas tenga, pierde. Aprender tiene ese requisito: equivocarse, identificar el error, discernir, salir de ahí, crear nuevas soluciones, métodos o caminos: divertirse. Invertirnos en el conocimiento y “vertirnos” a la vida.
Este juego requiere darnos cuenta de que nadie es perfecto, que construimos nuestro futuro en borrador todo el tiempo y así nos vamos haciendo constantemente hasta el infinito.
La primera práctica de este juego para las niñas y niños como Lucía está en casa, en familia. El que debería de ser un espacio seguro, en el que no importa si nos equivocamos o todo sale mal, ya que al final, siempre habrá un abrazo, un cariño, una palabra de aliento y en el mejor de los casos una fuerte carcajada para celebrar que estamos aprendiendo.
Equivocarse es de valientes, osados y atrevidos. Nos permite construir el pilar de la perseverancia y practicar agudizar la mirada en el objetivo.
Los errores son la evidencia del trabajo constante. Las certezas sólo se forman con curiosidad, incredulidades, ensayos, errores y descubrimientos.
El valor de equivocarnos tiene que ver también con romper el miedo al ridículo, este sentimiento que es inherente al ser humano. Hasta hoy no he visto a un hipopótamo o babuino sonrojarse o esconderse por pena o vergüenza.
¿Te es posible imaginar un mundo sin errores? Entonces ¿Por qué insistimos en demandarnos constantemente perfección y además solicitar a nuestras niñas y niños que los trabajos, deberes escolares y conocimientos sean impecables desde los primeros momentos?
Abracemos amorosamente el error como parte del proceso, reconociendo que no es el resultado y así, jugando, es probable que podamos encontrar respuestas y soluciones ante cada situación y gritar felices, igual que hace Lucia cuando le preguntas cuanto es siete más cuatro: ¡Lo tengo!
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