Por ello, en muchas ocasiones, perdemos de vista otro mundo que es en el que viven nuestros pequeños. Debemos tener presente que todo es proporcional y, a pesar de que las razones “adultas” para estar preocupado y angustiado parezcan totalmente válidas, un niño puede también sufrir intensamente por algún motivo aparentemente trivial.
Muchas veces, cuando observamos la carita triste de nuestro hijo, marcada por dos surcos de abundantes lágrimas, no valoramos el incidente o le pedimos que se calle o se vaya a llorar a otra parte. Olvidamos que es en estos momentos cuando el niño necesita apoyo, comprensión y sobre todo que se le brinde oportunidad de mostrar sus sentimientos.
Ciertamente, un niño tiene mayor capacidad para sobreponerse a sus penas más rápido que un adulto. Lo malo de ello, es que por tal razón existe la creencia generalizada y completamente equivocada de que los pequeños no atraviesan un periodo de depresión y que el ánimo de un niño siempre es el mismo: alegre, jovial y un tanto inquieto.
Después de todo ¿qué problemas puede tener un niño? ¿por qué llora si lo tiene todo? No tiene que preocuparse por nada. Los adultos nos pasamos recordando nuestros tiempos de estudiantes de kínder y primaria como una de las épocas de oro de la vida; entonces, ¿qué más puede querer un chiquito?
Sin embargo, debemos siempre recordar que los hijos, por muy pequeños que sean, también atraviesan por diversos estados de ánimo. Sus motivos de tristeza o preocupación son tan válidos para ellos como los nuestros. Y así como a nosotros nos ayuda la compañía y la comprensión de nuestros semejantes para poder enfrentar nuestros problemas, a los pequeñines les sucede lo mismo.
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