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A Considerar

MITOS Y REALIDADES

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Las actitudes hacia la niñez han variado muchísimo en el curso de los últimos siglos. Hubo épocas en las que a los pequeños se les llegó a considerar únicamente como mano de obra gratuita capaz de ayudar a la manutención de la familia. En otra ocasión se llegó a pensar que, por naturaleza, un niño nacía lleno de maldad y era labor de los adultos despojarlo de ella a base de un trato muy severo. Antes, los chiquitos no eran muy tomados en cuenta dentro de la dinámica familiar; se tomaban decisiones sin considerar sus puntos de vista o gustos personales.

No obstante, la situación ya ha cambiado notablemente y los niños se han convertido en nuestro centro de atención, cuidado y dedicación. Las cosas se han modificado de tal forma que la vida de los adultos que tenemos la fortuna de tener hijos gira, prácticamente, en torno a ellos para brindarles una buena calidad de vida en todos los aspectos posibles. Afortunadamente, nos ha tocado vivir así y hemos logrado disfrutar y aquilatar a nuestros pequeños. Sin embargo, algunas veces las constantes presiones culturales y sociales son tan fuertes que nos provocan intensos sentimientos de culpa. Basta prender la televisión y ver a una madre que de la manera más tierna alimenta a sus críos. Todo entre ellos es paz y armonía.

Entonces, nos sentamos a preguntarnos qué fue lo que hicimos mal ya que es difícil vivir ese estado idílico de paciencia, comprensión y amor infinitos cuando ya han pasado más de cuarenta minutos y nuestro bien amado vástago tiene casi intacto el plato del desayuno y, por si fuera poco, quedan cinco minutos para salir como bólidos a la escuela porque ya se hizo tarde. Después de proferir varios gritos y alaridos y de atravesar la ciudad en actitud suicida para llegar antes de que cierren las puertas del saber, prendemos la radio en el auto y escuchamos un programa acerca de la importancia que tiene la comprensión y las muestras de cariño hacia los niños. Un insecto de proporciones minúsculas no se sentiría tan insignificante como lo hacemos en ese momento. “No, definitivamente, a mis pobres hijos les tocaron los peores padres” pensamos enseguida y pasamos el resto del día haciendo firmes propósitos para ingeniar alguna forma de añadir una capa más de algodón a las que de por sí rodean a nuestros chicos para que no les pase nada. ¿De casualidad, usted no se identifica?

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