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A Considerar

Ver para cambiar

No podemos cambiar lo que no vemos.

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Aunque la mayoría llegamos a la crianza sin una clara idea de lo que nos espera, tal vez una de las cosas más importantes que podemos hacer por nuestros hijos es tomarnos el tiempo de reflexionar.  Reflexionar si, sobre lo que estamos actualmente experimentando con nuestros propios hijos, pero igual o más importante, reflexionar sobre lo que nosotros mismos vivimos. Si no lo vemos, no podremos cambiarlo.

Generalmente entramos en el laberinto de la crianza en piloto automático, actuamos de manera que nos es familiar, respondemos de la misma manera en que nuestros padres o cuidadores respondieron a nosotros, vemos lo que en casa era evidente, le damos la bienvenida a las emociones que eran aceptadas dentro de nuestro entorno familiar, en fin, tanto física, psicológica como emocionalmente la respuesta viene de nuestra propia historia de crianza. Y así es como se transmiten los valores, la cultura, las costumbres. El problema está en que en esta madeja, también van incluidos una serie de aspectos que no siempre son los que quisiéramos perpetuar generación tras generación. La única manera de cambiar lo que no ha funcionado, es lograr verlo y entonces encontrar caminos diferentes y mejores.

Casi siempre, lo que está más escondido son nuestras heridas emocionales, esas heridas que no se ven a simple vista, que no siempre se manifiestan abiertamente, que no hacen tanto ruido, o por el contrario, su expresión es tan ruidosa que perdemos de vista su origen. Nuestro cerebro es muy bueno para cuidarnos y levantar barreras para protegernos, pero muchas veces no es tan bueno para quitarlas.

Podríamos preguntarnos, por ejemplo, en cuanto a mis necesidades en general, pero sobre todo las emocionales, mis padres…:

  • ¿Las reconocían, incluso antes de que yo pudiera hacerlo?
  • ¿Reaccionaban favorablemente a ellas o algunas les causaban incomodidad?
  • ¿Fueron una fuente de seguridad, donde yo me podía acercar a pedir ayuda, consuelo o protección?
  • ¿Eran un lugar seguro desde donde yo podía salir a explorar cosas nuevas?
  • ¿Apoyaban y sostenían mis deseos de ver el mundo a mi propio ritmo?
  • ¿Compartían mis momentos de gozo y disfrute, así como mis momentos de tristeza y frustración?
  • ¿Me acompañaron y sostuvieron cuando mis emociones me sobrepasaron?
  • ¿Me daban el tiempo y espacio para procesarlas o trataban de hacerme sentir “mejor” o de distraerme?
  • ¿Me transmitieron que siempre podía acercarme a ellos o solamente era bienvenido en ciertos momentos?
  • ¿Me hicieron sentir que pedir ayuda era seguro?
  • ¿Tomaban el control si era necesario para garantizar mi seguridad física, psicológica o emocional?

Aquí solo hay algunas ideas, pero podemos hacer una lista larga de preguntas que deberíamos darnos el tiempo para contestar. A veces, lo podremos hacer solos, en otras ocasiones necesitaremos de una mano que nos sostenga en el proceso. Si no estamos acostumbrados a pedir ayuda, es un buen momento para empezar. No podemos cambiar lo que no vemos. Dejemos de vivir en piloto automático y tomemos el control de nuestros destinos. El beneficio para nuestros hijos y las generaciones que les siguen es incalculable. Los círculos viciosos se rompen, pero requieren de nuestro compromiso, tiempo y esfuerzo.

M.Ed. Ma Esther Cortés

Asesoría en Educación y Crianza /Facilitador Autorizado Instituto Neufeld/ Facilitador Registrado Curso de Círculo de Seguridad para Padres

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maecl3@gmail.com

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