Cuando se habla de profesiones interesantes, inmediatamente nos vienen a la mente diversas imágenes: un importante asesor financiero, un ocupado hombre de negocios, un afamado médico, un conocido científico; en fin, un gran número de opciones, pero muy rara vez pensamos en un entregado maestro.
Nunca podré entender por qué esta noble y difícil profesión está tan subestimada en nuestra sociedad. Ser padre es, sin duda alguna, una tarea ardua y cansada, ya que lidiar con niños es todo un reto. Sin embargo, se tiene la grandísima ventaja de que el número de pequeños es limitado (de dos a cuatro, por lo general) y además existe una cierta uniformidad de costumbres y valores. Aun así, resulta complicado, y sobra imaginar la titánica labor que realiza día con día un maestro.
No resulta nada fácil pararse frente a un grupo de temibles niños dispuestos a inventar travesuras inimaginables, y encima de todo intentar enseñarles algo que, en la mayoría de las ocasiones, nada tiene que ver con sus intereses. Un maestro debe multiplicarse en mil. Debe llegar a conocer y entender a cada uno de sus alumnos; inventar todo tipo de métodos para que el aprendizaje de éstos sea más completo; dominar estrategias pedagógicas y psicológicas, o en su defecto, estar a la vanguardia para dar clases en línea; así como tratar de imaginar el tipo de educación que cada pequeño recibe en su casa e intentar ser congruente con él y, por si fuera poco, conservar la calma y el buen humor. Sólo alguien con mucha vocación y paciencia puede reunir estas características.
Es por ello, que deseamos felicitar a todos los profesores con mucho cariño, admiración y respeto, y que con su paciencia y dedicación han contribuido a la formación de nuestros hijos; y recordar que un maestro es para cualquier profesión, lo que la filosofía es para cualquier ciencia: un pilar imprescindible.
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