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UNA ÉPOCA DORADA

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Cuando mis hijos eran pequeños solía sentir que la adolescencia era un mal inevitable que afortunadamente todavía estaba lejos de aparecer en el horizonte. No obstante, el día en que Santi, mi hijo mayor, decidió bañarse espontáneamente, gastar su domingo en un gel para el pelo y pasar la tarde entera viéndose al espejo para decidir qué llevaría puesto a la escuela al día siguiente, me di cuenta que el momento que yo juzgaba tan lejano había llegado. Siempre pensé que los primeros signos de la pubertad eran los físicos así es que me esperaba que mi hijo comenzara a crecer de manera exagerada, que la barba o los barritos en la cara empezaran a aparecer y que su voz se asemejara a una montaña rusa. No obstante, me percaté que los rasgos que aparecen primero tienen que ver con la personalidad. Uno clarísimo son los cambios de humor.

Esto se debe a los cambios hormonales. De ahí que un pequeño que normalmente era dócil y tranquilo, pueda comenzar a mostrarse un poco agresivo, a encerrarse en su recámara dando portazos e incluso, se suelte llorando sin causa aparente. Esta situación dista mucho de ser fácil, no sólo para el niño que la padece sino para sus desorientados padres.

La opinión de los expertos coincide en que resulta especialmente importante vigilar que los canales de comunicación permanezcan abiertos y demostrarle al pequeño que no está en la disposición de escucharlo y platicar con él. Hay que brindar las ocasiones necesarias para que exprese sus emociones y sentimientos. Una buena táctica consiste en proporcionarle opciones concretas cuando está triste o enojado, por ejemplo, tomar un baño de tina, escuchar algo de música, jugar un juego de mesa o comer una rica botana. Normalmente, estas sencillas acciones le ayudan a canalizar sus emociones de manera más positiva y calman su angustia.

Cuando los cambios físicos comienzan a hacer su aparición es importantísimo evitar todo tipo de comentarios sarcásticos o burlones, ya que para un niño no resulta fácil aceptarlos y a veces se siente avergonzado de los mismo. Hay que continuar inculcándole buenos hábitos de higiene y de vida en general, como una buena alimentación y la realización de actividades físicas.

Lo más importante en este difícil trance hacia la adolescencia, es que el pequeño se sienta acompañado; querido y, sobre todo, aceptado. Esto ayudará enormemente tanto a padres como a los hijos a manejar mejor las emociones encontradas y los cambios tan drásticos propios de la pubertad, que tarde o temprano toca a la puerta cuando menos lo esperamos.

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