“no hay de otra, o la amenazo con que no podrá ver la tele en la tarde, o no baja a comer cuando se lo pido”. Sin pensarlo, le contesté que: “si hay de otra, si hay otros caminos, no sé si más fáciles o difíciles, pero de que hay, no me queda la menor duda”. Me miró con cara de incredulidad, movió la cabeza diciéndome que “no”, se sonrió y se fue. Ese momento, me ha hecho reflexionar de nuevo en lo complicado que es para los seres humanos cambiar. Cambiar nuestros pensamientos, cambiar nuestra manera de ver las cosas, cambiar los lentes con que vemos el mundo, es decir, cambiar de adentro para afuera.
Porque para cambiar, necesitamos primero estar conscientes de lo que hacemos, ponerle palabras para poder definirlo, saber lo que funciona y lo que no, saber qué consecuencias tiene, etc. El problema con muchas de las cosas que hacemos es que vienen empaquetadas en nuestra “memoria procedimental”. Esa memoria que es parte de nuestra memoria de largo plazo y que es responsable de que sepamos hacer miles de cosas de las que muchas veces, no tenemos ni siquiera conciencia de haber aprendido, es la memoria que no está simbólicamente organizada (no necesita del lenguaje para que lo aprendamos). Caminar, hablar, andar en bici, son actividades que están ahí, pero también aprendemos a vincularnos con los demás de una manera procedimental, incluso antes de aprender el lenguaje. De la misma manera, aprendemos a ser padres o madres, desde esa memoria procedimental, nadie nos enseña, simplemente lo aprendemos desde nuestras experiencias vividas.
Entonces repetimos y repetimos los patrones aprendidos sin darnos cuenta. Caminamos igual que papá, hablamos igual que mamá, hacemos el mismo gesto que el abuelo cuando algo no nos gusta, pero también, regañamos a nuestros hijos igual que papá o mamá nos regañaban, utilizamos las mismas estrategias que usaban nuestros papás para que nuestros hijos nos hagan caso, nos alejamos de ellos cuando más nos necesitan porque no sabemos qué hacer con su necesidad de confort, los aventamos hacia la independencia porque así nos aventaron a nosotros, en fin. Sin darnos cuenta, repetimos lo que aprendimos desde la memoria procedimental. Y así se convierten en aprendizajes, modos de hacer, maneras de ser, que son intergeneracionales.
Evidentemente no todo lo que está en nuestra memoria procedimental es nocivo. Pero para saber qué es lo que sí queremos cambiar, la única manera es ponerle lenguaje a esta memoria que no lo tiene. Cuando somos capaces de ponerle nombre, entonces también tenemos una opción de cambio. Tenemos la oportunidad de establecer un “diálogo reflexivo” con nosotros mismos primero, pero también con los otros adultos dentro de nuestra villa de vínculos que nos están apoyando en la crianza de los hijos (mamá, papá, abuelos, tíos, maestros, nanas, etc.).
La gran mayoría de los padres quieren ser los mejores padres posibles para sus hijos, su intención siempre es positiva. Entonces no se trata de culparse, de culpar a nuestros padres o cuidadores, ni de culpar a nuestros hijos. La culpa es un camino sin salida que no abona al cambio y que limita severamente nuestra capacidad de actuar. No hay padres totalmente buenos ni malos, todos los padres o madres son una mezcla de ambos. Lo que nuestros hijos necesitan NO son padres perfectos, sino padres lo “suficientemente buenos”. Pero para lograrlo necesitamos poder actuar desde la consciencia, tomar decisiones, cambiar, buscar, preguntar. Hay muchas maneras de transitar el laberinto de la crianza, ninguno es perfecto y ninguno es suave y tranquilo, pero hay muchos caminos. Recordemos que nuestros hijos nos necesitan más que a nada, vale la pena tomarnos el tiempo para entablar nuestro “diálogo reflexivo” y ser los mejores padres que podamos. Nunca es tarde.
M.Ed. Ma Esther Cortés
Asesoría en Educación y Crianza /Facilitador Autorizado Instituto Neufeld
Facebook @amareducarmadurar Instagram @amareducarmadurar
maecl3@gmail.com
You must be logged in to post a comment Login
Para comentar debe estar registrado.