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A Considerar

SABER DECIR ¡NO!

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Es normal que los padres de familia queramos tener siempre feliz a nuestro hijo y, además, contento. Creo que, por hacerlo feliz debemos realizar todo lo que se requiera, pero no tenerlo contento… quizá no.

Lo que verdaderamente se requiere es amor auténtico, que desea y busca el bien de la persona del hijo que se ama, por lo que está hecho de compasión y de coraje, de paciencia y de intransigencia, de comprensión y de firmeza.

Nuestros hijos nos agradecerán la educación recia, llena de cariño, que seamos capaces de darles a través de una negativa coherente.

Toda educación debe estar impregnada de amor. Los niños han de darse cuenta de que las negaciones, las prohibiciones, no son fruto de nuestra impaciencia e irritabilidad, sino de nuestro cariño hacia ellos.

Nuestro NO tiene que ser cálido, luminoso, nunca brusco y amargo. El orden, la regularidad y la perseverancia deben estar presente. Hay que actuar con la finalidad de entregar al niño el más alto de los señoríos: el de sí mismo.

La educación de la voluntad en el niño se presenta, con mayor exigencia que la del entendimiento, pues será la que deba regir todas las demás facultades y la que, de una manera u otra, influirá en la grandeza del ser humano adulto.

Si para educar la inteligencia buscamos las mejores escuelas, las de mayor prestigio y que mayor confianza nos merecen; si no nos detenemos ante nada para desear a nuestros hijos lo mejor en este sentido… ¡qué no tendremos que hacer los padres de familia con la voluntad!

Hay, en educación familiar, un binomio indisoluble, voluntad-dominio de sí mismo. Uno de los mejores servicios que se pueden prestar al niño es acostumbrado al esfuerzo y a superar, con su propia energía, las dificultades corrientes.

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