LÓGICA INFANTIL

Los niños, aunque parezca difícil de imaginar, son los filósofos más extraordinarios que uno puede llegar a encontrar.  Con una sencillez desbordante cuestionan continuamente el complejo y, en muchas ocasiones, el ilógico mundo de los adultos. 

Una de las mayores dichas de ser padres es, justamente, escuchar las explicaciones que nuestros hijos hacen de su mundo y darnos cuenta de que son capaces de maravillarse y preocuparse por fenómenos mucho más complejos de lo que podríamos imaginar.

Recuerdo una ocasión en la que mis hijos, uno de cuatro años y el otro de dos, discutían sobre la fuerza que cada uno tenía.  El más chiquito aseguró que podía romper una puerta de una patada y el mayor le contestó que eso era imposible porque para lograrlo debía ser “grande”. El pequeño volteó a vernos y preguntó:

• ¿Grande como quién? ¿Cómo papá?
• – Sí, como papá. (Le respondió su hermano).
• – ¿Cómo mamá?
• – Sí, como mamá.
• – ¿Cómo mi abue?
• – Sí, como abue.

En eso, mi hijo menor dirigió la mirada hacia su bisabuela, de ochenta y seis años que estaba durmiendo en un sillón:

• ¿Cómo mi bis?

Su hermano se quedó mirando atentamente a su bisabuela y tras unos minutos de reflexión concluyó triunfante:

• ¿NO, Emilio! Bis ya fue grande.

Con ejemplos así, ¿quién puede dudar que el nombre de nuestros hijos debería aparecer junto al de Platón, Sócrates o Aristóteles?