Envían a sus hijos para que los eduquen, pero saben muy bien que esto no depende exclusivamente de la institución escolar. La familia también educa, lo mismo que las instituciones deportivas y centros recreativos, y nadie desconoce hoy, la enorme influencia de los medios de comunicación en este proceso.
Hay que tener presente que la educación no consiste sólo en la acumulación de informaciones. El ser humano se educa en la medida que modifica su comportamiento con lo que aprende del mundo que lo rodea.
Desde este punto de vista, en la enseñanza no sólo interviene la escuela, sino muchos otros factores que forman parte del medio ambiente de cada persona.
La organización de una escuela fue estructurada, desde hace tiempo, sobre la base de la transmisión de conocimientos. El maestro tenía la misión de depositar en la mente del niño o del joven una cantidad de nociones que indicara su paso por la escuela. La certificación de estudios sólo acreditaba cantidad de saber acumulado. Pero en ello no estaba expresado “saber para qué”.
Los conocimientos sólo valen cuando el niño entiende sus objetivos y su función. Cada conocimiento debe tener una finalidad bien definida, dirigida especialmente al desarrollo de habilidades, destrezas y aptitudes adecuadas a cada etapa evolutiva. El conocimiento sirve para ampliar la percepción y comprensión del niño.
Así pues, la misión esencial de la escuela no consiste en transmitir y conservar el saber acumulado por la sociedad. La escuela tiene ante sí una meta mucho más profunda, como es permitir que los alumnos se integren a la sociedad en forma eficaz; entre otras palabras, se habiliten como personas activas, creadoras y capacitadas para tareas presente y futuras que favorezcan su desarrollo personal y su relación armónica y sostenida dentro de la sociedad.
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