A pesar de que México, por su ubicación geográfica, no es un país en cuyo paisaje se evidencien las cuatro estaciones del año como sucede en países situados más al norte o al sur de los trópicos, la llegada de la primavera como algo simbólico, tiene un efecto muy importante en nuestra conducta.
Es como si se comenzara un nuevo ciclo, lleno de calor, nueva vida y colorido. En fin, una etapa que invita a la renovación, a la puesta en práctica de nuevos propósitos y actitudes. Y es que la primavera representa justamente eso: el despertar del letargo del duro invierno para dar paso al renacimiento de plantas, animales y elementos que dan tonos coloridos al paisaje.
Esta época del año que simboliza el resurgimiento de la vida invita también al cambio interno, a la reflexión, a la adaptación a nuevas situaciones como la que estamos pasando. La transformación es parte inherente del hombre y del mundo entero. Es, precisamente, esta posibilidad de cambio la que determina la inteligencia humana permitiendo un ascenso en la construcción tanto interna como global.
La primavera es un recordatorio constante de esta necesidad de renovación que debiera permear nuestras vidas y ayudarnos a ser cada vez mejores seres humanos, así como mejores habitantes que enriquezcan nuestro planeta. También es una exhortación a que cambiemos la manera en la que nos comunicamos y acercamos a la gente, para que ésta sea cada vez más cálida más auténtica y sobre todo más tolerante.
Así como va cambiando nuestra naturaleza, démonos la oportunidad de modificarnos y de renovarnos día con día como personas.
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