En los últimos años un profesor desesperado por el pésimo desempeño de uno de sus alumnos escribió que ese chico jamás sería nada en la vida, pues era absolutamente incapaz de admitir las enseñanzas más elementales, y parecía carecer de todo interés por el estudio. El nombre del alumno era Winston Churchill, la figura más destacada de la política inglesa del siglo XX.
En principio, desde el punto de vista netamente escolar, existen dos grupos de alumnos que encabezan la resistencia a la captación de conocimientos. Por un lado, los más lentos, que no pueden seguir el ritmo de las lecciones, o sólo lo hacen con extrema dificultad. Para ellos, una clase les parece una tortura china.
En el otro extremo se encuentran los temperamentos inquietos, los alumnos dotados de imaginación, espíritu crítico, creatividad, cuyos caracteres les impulsen a participar y actuar. A ellos es preciso dirigirlos y moderarlos. A este grupo, sin duda, habrá pertenecido el cado de Churchill.
Sentido común y comprensión de profesores y directores son factores importantísimos para despertar o mantener el interés de muchos niños por el estudio. Pero también muy importante el de los padres ya que el ambiente familiar donde el niño se desenvuelve influye de manera definitiva.
Para provocar falta de interés puede haber ocurrido, por ejemplo, una pobreza de experiencias en los primeros años de la vida del niño. Son los psicólogos quienes afirman que los primeros cinco años determinan el futuro desempeño del niño. Es en ese periodo cuando aprende a seleccionar las impresiones alejadas de su mundo e interpretarlas.
Los pequeños cuando juegan en la arena no sólo están divirtiéndose, también están descubriendo que ciertos materiales se “pegan” cuando están mojados y se sueltan cuando se secan.
Tales descubrimientos son el despertar de lo que, en el futuro, será el interés escolar. Así, los paseos al zoológico, los parques, teatros, juegos infantiles, así como los juguetes novedosos e interesantes y cuentos narrados a la hora de dormir, no sólo contribuyen a ampliar los límites de la inteligencia, despertando el interés por el mundo exterior, que está más allá de los muros de la casa y del ambiente escolar.
El estímulo paterno hacia el estudio quizá sea el más importante y no consiste en únicamente palabras como “tú necesitas estudiar, hijo mío”, sino en situaciones más concretas. Los niños que advierten en sus padres el deseo de saber, que al conversar con ellos notan un alto grado de interés por nuevos conocimientos, pueden alcanzar un mejor desempeño escolar.
Así pues, para mantener el interés del niño en el estudio se requiere de un estímulo externo, que es la escuela, así como de un estímulo interno, que es el hogar donde las experiencias vividas y la valoración del saber que muestran los padres son factores determinantes.
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