Estoy segura de que una de las cosas que preocupa a los padres y que puede desencadenar una verdadera guerra mundial, es el caos que en muchas ocasiones invade la vida de nuestros pequeños. Basta echar un ojo a la recámara para encontrar ropa tirada por todos lados, vasos a medio llenar, platos con restos de comida, juguetes, en fin; o bien, abrir la mochila para descubrir un, igualmente interesante universo de papeles hechos bola, canicas, plumones destapados y hasta pedazos de sándwiches a medio comer.
Sin embargo, es tranquilizante saber que esta etapa de desorden absoluto es bastante común y no implica que nuestro adorado retoño vaya a ser un desastre completo cuando llegue a la edad adulta. Este tipo de conducta suele presentarse con más frecuencia en los varones que en las niñas, posiblemente porque durante el desarrollo, ellas llevan un ritmo y calidad diferentes a los de ellos.
El desorden se refleja también en otro tipo de situaciones, como olvidarse de traer los libros necesarios a casa para cumplir con la tarea, no tener en orden sus cuadernos de trabajo, olvidar suéteres y chamarras, perder objetos personales, etc.
Esto se debe a que a medida que los niños van creciendo, existen muchos procesos tanto cognitivos como emocionales y sociales que ocupan una parte importante de su capacidad de atención y concentración. En la mayoría de los casos se trata de una etapa pasajera, no obstante, es necesario poner límites y ayudar a nuestros pequeños a ordenarse un poco.
Una buena idea consiste en hacer una lista medianamente detallada de las cosas que deben hacer y ponerla en un lugar visible para que la puedan ver y palomear a medida que transcurre el día. De hecho, es aconsejable utilizar dos listas diferentes, una para la casa y otra para la escuela. El establecer una rutina predecible es también algo que da mucha estructura y contención a la mente desorganizada de los niños. Un punto muy importante para que la ayuda sea eficaz, es la constancia y la congruencia. Los límites deben ser claros y firmes. Si se exigen un día, pero al siguiente se dejan pasar, el niño no aprenderá jamás a respetarlos.
El inicio de año puede ser el pretexto idóneo para proponer a nuestros hijos un cambio en sus hábitos. Con tan sólo un poco de ayuda y mucha dedicación, nuestros caóticos vástagos irán entrando poco a poco en el ámbito del tranquilizante orden del universo.
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