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EL BALANCE IMPERFECTO

Tal vez una de las cosas más complejas de lograr en la crianza es el balance

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entre proveer un lugar seguro y al mismo tiempo dar el espacio para permitir la exploración y por ende el aprendizaje. Y es que generalmente cuando empezamos a hablar de una crianza amable, cariñosa, en donde el vínculo de los hijos con los padres o adultos a cargo es el eje de nuestras acciones, en muchos casos nos olvidamos del verdadero objetivo, nos olvidamos del para qué. Ser ese lugar seguro para nuestros hijos tiene el objetivo de que desde ahí puedan aventurarse al mundo, explorarlo, aprender, desarrollarse, madurar y así lograr su máximo potencial humano. Pero lograr ese balance entre la necesidad de contención y la necesidad de espacio, es un asunto complejo, que va cambiando constantemente y que es particular para cada niño y para cada relación que ese niño tenga con cada adulto que está a cargo de él.

Cuando papá o mamá cultiva un vínculo seguro con su hijo, se convierte en su lugar seguro. Este vínculo ayuda al niño entre otras cosas a sentirse seguro cuando lo invade el estrés o la frustración, a sentirse lo suficientemente seguro como para salir a explorar el mundo, crecer y desarrollarse, lo ayuda a aceptar, mover y manejar sus experiencias emocionales, libera espacio en su mente para poder aprender, hace que se siga sintiendo conectado a pesar de estar separado, hace que confíe en sí mismo,  que desarrolle su autoestima, que pueda tener interacciones sociales sanas y que tenga una buena salud física. Éstos son solo algunos de los frutos del vínculo que podemos ver a lo largo del desarrollo evolutivo. Tal vez por esto, además de que el vínculo sea esa fuerza o relación caracterizada por la búsqueda o preservación de la cercanía, es decir, un mero impulso evolutivo, tenga un significado más profundo. El vínculo seguro tiene dos caras, por un lado, es la base segura desde donde nuestros hijos pueden lanzarse a explorar y por el otro lado, es el refugio a donde pueden regresar cada vez que lo necesiten.

Y justo ahí está la clave, no perder de vista el para qué queremos cultivar el vínculo. No se trata solamente de centrarnos en ser el escudo que los intenta proteger de todo y de todos, o de ser los padres perfectos que siempre rescatan a sus hijos de cualquier peligro que pudiera pasar por su camino. Se trata de ser los adultos que en teoría somos más fuertes, más sabios y bondadosos para que podamos mediante la observación, leer las necesidades de nuestros hijos para que cuando sea necesario hacernos cargo, o en su caso simplemente acompañar a nuestros hijos en su exploración. De nada sirve solamente proteger sino hay espacio para explorar, y nadie va a explorar si siente que no hay a dónde regresar. 

Lo que vemos determina lo que hacemos y existen muchas cosas que pueden nublar nuestra visión. Entre otros, está nuestras propias historias de crianza que se manifiestan constantemente en nuestras reacciones, en los botones de estrés que se nos detonan con ciertos comportamientos. También están las presiones sociales o familiares de criar hijos de “x” o “y” manera. Y del otro lado, están los estándares que nosotros mismos nos imponemos porque son los que cumplen con nuestras expectativas. De la misma manera, la observación superficial, es decir, la observación que solamente logra ver el comportamiento y no puede ver lo que está detrás, es uno de los obstáculos que más interfieren en la correcta lectura de las necesidades de nuestros hijos. Por eso es que la observación es un ejercicio que debemos practicar constante y conscientemente. No hay mejor experto en nuestros hijos que nosotros mismos, seguramente nos equivocaremos muchas veces, pero no estamos buscando la perfección, sino el ser suficientemente buenos. 

Y no importa si se trata de nuestro hijo de tres años que quiere correr solo hacia el juego en el parque, pero no se suelta de nuestra mano, o si es nuestra hija de 25 años que está planeando irse a vivir sola, pero nos pregunta constantemente nuestra opinión sobre el departamento que acaba de ver. En cualquiera de los casos, están en juego la contención y el espacio.  Relajarnos y confiar en que somos los adultos que nuestros hijos necesitan, es nuestra mejor apuesta.

M.Ed. Ma Esther Cortés

Asesoría en Educación y Crianza /Facilitador Autorizado Instituto Neufeld

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maecl3@gmail.com

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