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2020 Publicación Apoyo

A Considerar

DULCES RECUERDOS

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Cuando era pequeña, mi abuela solía contarme cómo se celebraba la Epifanía en México en los albores del Siglo XX. Yo la escuchaba absorta intentando imaginar un festejo sin árbol de Navidad, sin foquitos ni Santa Claus y donde el centro de la atención infantil no era el 25 de diciembre, sino el 6 de enero. Era entonces cuando los pequeños esperaban con ansia el regreso de los tres bondadosos Reyes Magos.

Mi bisabuela y sus hermanas preparaban la rosa de Reyes y toda la familia se reunía; los hombres fumaban en la sala mientras trataban temas de política y negocios y los pequeños se regocijaban al recibir a sus numerosos primos.

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Al llegar la hora de la merienda, cada quien escogía un pedazo de rosca de Reyes y un aire de suspenso flotaba para ver quién sacaría al niño dios escondido entre la harina y las frutas. El afortunado tenía que apadrinar una fiesta el día dos de febrero, día de la Candelaria.

Al terminar la merienda, mi abuela y sus seis hermanos corrían a escoger el mejor de sus zapatos, lo limpiaban, le sacaban brillo minuciosamente y lo depositaban en la sala cerca de la chimenea. A media noche, el más travieso corría escaleras abajo para intentan ver a alguno de los Reyes o de perdidas, identificar a alguno de sus animales.

En la mañana todo era un alboroto: muñecas de porcelana, mueblecitos de madera y tela, cazuelitas de barro para las niñas; baleros, canicas y soldados de plomo para los varones; dulces de piloncillo y leche, camotes de puebla y otras golosinas típicas y la inmensa fortuna de cinco pesos para todos, para poder ir a la casa de los espejos y al cine el siguiente domingo.

Hasta ahora llevo guardadas esas imágenes relatadas por mi abuela como si yo las hubiera vivido porque recuerdo la emoción que había en su voz cada vez que las evocaba. A pesar de que ahora vivimos en un México muy diferente y que algunas de nuestras tradiciones han cambiado radicalmente para dejar paso a aquellas de otras culturas, siempre intento recordar las historias de mi abuela, para no olvidar cuáles son nuestras raíces, las más puras y transmitirlas a mis pequeños, para que ellos también tengan un pedazo de la fantasía de nuestros abuelos.

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