Hace algún tiempo un profesor, preocupado por la manera desinteresada y fría en la que se comportaban muchos de sus jóvenes alumnos de sexto grado, decidió llevar a cabo un experimento virtual para ver si podía cambiar esta actitud. Comenzó por preguntarles si ellos sentían alguna admiración por sus padres o no. La mayoría contestó afirmativamente. Posteriormente quiso saber si sentían que debían agradecerles algo. La respuesta en este caso lo dejó tristemente decepcionado; ya que casi todos respondieron que sí; pero todo lo que según ellos debían agradecer, se centraba en cosas materiales. Algunos dijeron que gracias a sus padres tenían ropa de marca; otros tantos, que se sentían felices porque les compraban cualquier tipo de videojuegos, otros que podían viajar al extranjero, aunque también hubo quienes se mostraron sensibles al hecho de podían estar inscritos en una escuela privada, etc.
En otra sesión el maestro formuló una sencilla pregunta que sorprendió un poco a los niños: “¿Ustedes sienten amor por sus padres?” La respuesta parecía tan obvia que los pequeños se mostraron extrañados. Automáticamente dijeron que SÍ. El profesor continuó su clase en línea sin prestarles mucha atención. “Sí, claro todos quieren a sus papás, ahora les voy a pedir que levanten la mano todos aquellos que se los hayan dicho”. Hubo un silencio sepulcral mientras todos los niños sólo que quedaron observando el monitor. Nadie levantó la mano. El maestro entonces les pidió que esa semana cuando creyeran que el momento era oportuno se acercaran a sus padres y les dijeran simplemente que los querían y que les agradecían mucho todo lo que hacían por ellos. Sólo les pidió que hicieran esto si realmente les nacía, no porque se los estaba pidiendo.
A los pocos días los niños empezaron a contar su experiencia, la mayoría había cumplido con la petición del profesor. Los niños estaban muy contentos de la respuesta que habían obtenido por parte de sus papás.
Era increíble la manera en que este sencillo ejercicio los había sensibilizado y acercado a su familia. A lo largo de los meses este maestro luchó por enseñarle a sus alumnos algo más que matemáticas, historia y geografía; les mostró que el amor es el sentimiento más maravilloso que puede tener un ser humano por otro y que afortunadamente, aunque muchas veces se pueda pasar por alto, es algo que se comparte todos los días, no sólo el 14 de febrero.
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